Testimonio

Para la gloria de Dios quiero escribir un testimonio. Por más de tres meses pasé por valles de “lágrimas” o como también dice otra traducción “el valle de Baca”, el valle de sequía y desolación, como leemos en Salmos 84,5-7:

“Bienaventurados los que habitan en tu casa; Perpetuamente te alabarán. Bienaventurado el hombre que tiene en ti sus fuerzas, en cuyo corazón están tus caminos. Atravesando el valle de lágrimas lo cambian en fuente, cuando la lluvia llena los estanques. Irán de poder en poder; verán a Dios en Sion.”

Mucho antes de que yo notara mi dificultad de lo que me estaba aconteciendo, comenzaron los problemas. Mientras culminaba el año en el que me graduaría de mis estudios universitarios, se acumularon las tareas. Al mismo tiempo estaba muy comprometida con la escuela, la iglesia, mi trabajo y mi casa.

Para poder cumplir con todas mis responsabilidades me he olvidado de mi salud y los pensamientos de miedo han eclipsado mi mente ya dañada. Mi primer miedo estaba basado en experiencias reales. Pero la constante presión me pesaba fuertemente, de modo que esto se convirtió en una paranoia. Finalmente, ya no distinguía lo real de la fantasía. Mi terrible ansiedad comenzó a controlar mi cuerpo y mente. Recién allí me di cuenta de que estaba totalmente al final, al final de mis propias fuerzas.

Entonces sucedió, como si Dios dijera: “¡Es suficiente, esto es demasiado!” Repentinamente intervinieron mis queridos amigos y familia, vieron que necesitaba ayuda. Ya que no podía seguir viviendo con todas las cargas y tareas, dejé todo de lado e hice un alto por algunas semanas.

En esos días de reposo el Señor me habló y me mostró que yo quería sola hacer frente a todo. Había tratado de salir sola, con mis propias fuerzas, llevar mis cargas y preocupaciones sola, en lugar de “echar toda ansiedad sobre él” (1. Pedro 5,7).

Es cierto, hay momentos donde me quieren invadir el miedo y la ansiedad. Pero entonces experimento también como Dios hace realidad su lealtad y promesas. Siempre puedo venir a Él, Él nunca me decepcionó, sino que me dio paz y ayuda con su presencia.

Yo estaba quebrada física, mental y emocionalmente. Pero la presencia de Dios me sostuvo. ¡Cuán maravilloso es nuestro Dios, al cual podemos servir. ¡Dios es fiel! Cuando somos débiles Él es fuerte y poderoso. ¡Las promesas de Dios son reales y siempre podemos confiar en Él!

 

María Günter, Steinbach (CA)