REDENCIÓN

“Por lo cual también nosotros, desde el día que lo oímos, no cesamos de orar por vosotros, y de pedir que seáis llenos del conocimiento de su voluntad en toda sabiduría e inteligencia espiritual, para que andéis como es digno del Señor, agradándole en todo, llevando fruto en toda buena obra, y creciendo en el conocimiento de Dios;  fortalecidos con todo poder, conforme a la potencia de su gloria, para toda paciencia y longanimidad; con gozo dando gracias al Padre que nos hizo aptos para participar de la herencia de los santos en la luz; el cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y ha trasladado al reino de su amado Hijo, en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados” (Colosenses 1, 9-14)

Redención significa desprenderse de algo, quedar liberado, algo transformado que cambiará nuestra naturaleza o nuestras vidas. Bienaventurado todo aquel que está atado, y quiere o desea alcanzar la libertad. Solamente ese sabe valorar la libertad, que le fue robada por ese cautiverio. Aquel, que siempre fue sano, no supo apreciar la salud, hasta que se enfermó. Adán y Eva sólo reconocieron lo que era el Jardín del Edén, cuando con el sudor de su frente comían su pan bajo espinas y cardos. Desde Adán y Eva hasta nuestros días ha sido la causa de la caída que todos, sin excepción, han pecado. La gran mayoría cree haber llegado hasta el punto en el que lo mejor que se hace de la vida es nadar con la corriente del tiempo. Pero tal punto de vista no es racional ni satisface a las personas, y mucho menos es el plan de Dios para con nosotros. Dios sabe lo que pasa con los seres humanos. Él nos conoce, y sabe lo débiles que somos. Nosotros tal vez podríamos moralizarnos en cierta medida, dejar lo malo y seguir lo bueno, pero nadie es capaz de transformar de tal manera su vida con sus propias fuerzas como para que pueda decir: “las cosas viejas pasaron; he aquí, todas son hechas nuevas.” Nosotros podemos caer fácilmente en el pecado, pero salvarnos de él puede solamente Dios. “El cual quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad” (1. Timoteo 2, 4).

Por la astucia y mentiras de Satanás, el hombre fue desplazado del bienestar del Jardín de Edén al pecado, la miseria y la vergüenza, y por medio de desengaños incesantes que no tiene escapatoria lo mantuvo atado, y de  etapa en etapa lo lleva a la vasta e insaciable boca del infierno. Este es el trabajo y la voluntad del diablo, pero desde el principio el designio y complacencia de Dios era hacernos felices y dichosos.

Incluso después de que el hombre se apartó de Dios arbitrariamente y anduvo en sus propios caminos, sin cesar Dios se ha esforzado en demostrarle como Creador, y como Padre, extenderle su mano redentora de diversas maneras.

Incesantemente ha buscado atraernos hacia él, no por la fuerza, sino en su gran bondad, porque quería y todavía lo sigue queriendo para que el hombre le sirva y viva para él voluntariamente, no por obligación. Dios le dio al hombre desde siempre, la libre voluntad; incluso desde el principio la tenía, porque era el hombre mismo quien desafió a Dios y su mandamiento. Cuando el hombre cayó, aún le quedó el libre albedrío; aunque debilitado por el pecado, es capaz de elegir por sí mismo, y por lo tanto sigue siendo responsable de su bienestar temporal y eterno.

El hombre no sería completamente responsable, si Dios no hubiera tomado precauciones para el retorno hacia él. Dios ha amado tanto a la humanidad, que ofreció todo por nosotros para ganarnos para él. Él trajo la más grande de todas las ofrendas en la dedicación de su único Hijo. Por su Hijo Jesucristo, nos fueron dadas las elocuentes y alentadoras palabras: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3, 16). No solamente nos es introducido un mensaje por medio de su Hijo, sino que también Jesús dio su vida en la muerte. Pero él ha resucitado y dice: “Porque yo vivo, vosotros también viviréis” (Juan 14, 19).

Así reconocemos que Jesús es nuestro Salvador. “Porque lo que era imposible para la ley (o las personas), por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su propio Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne; para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu” (Romanos 8, 3 y 4).

Todas las precauciones se han visto afectadas para nuestro regreso o redención, pero para dejar que sea un hecho en nosotros, debemos hacer algo, ya que somos los únicos culpables. Esto no sucede, por el hecho de que vayamos a la iglesia, por apoyar al predicador, por hacer cara piadosa los domingos; por descansar de cualquier trabajo en ese día, por practicar a ser buenos vecinos, por compadecernos de los pobres, sino que quiere decir, entregarse a Dios como su propiedad. Su Palabra nos dice: “Si me quieren obedecer, entonces comeréis del bien de la tierra.” La desobediencia separa al hombre de Dios, y la obediencia a su Palabra nos trae a la gracia comprada por medio de Jesucristo, que podemos ser hijos de Dios. De nuestra parte se requiere el reconocimiento de que necesitamos tal salvación o redención, debemos confesar nuestros pecados a Dios, pidiéndole que nos perdone y creer en el mérito de Jesucristo. Debemos, obedientes, someternos a su voluntad. “Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan” (Hebreos 11, 6). “Si sabéis que él es justo, sabed también que todo el que hace justicia es nacido de él” (1. Juan 2, 29).

¿Cuándo podemos ser redimidos o salvos de nuestros pecados? “En tiempo aceptable te he oído, y he aquí ahora el día de salvación” (2. Corintios 6, 2). “Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta; si vuestros pecados fueren como la grana; como la nieve serán emblanquecidos; y si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana” (Isaías 1,18). Dios nos acepta como somos, y se ocupará del proceso de purificación y lo llevará a cabo para nuestro bien y honra a su nombre.

Pues bien, querido lector, ¿Cómo es contigo? ¿Tus pecados ya están perdonados? ¿Sabes que ahora eres propiedad de Jesús, que tus pecados están bajo la sangre? Si no, entonces busca ahora refugio en Dios, para que pueda salvarte y tú puedas llevar una vida sin pecados por su poder y a través de su gracia, que te hace feliz ahora, y si permaneces fiel a Dios, algún día te conducirá a la gloria.

TE